Alguna vez leí del maestro Sábato, una respuesta ante la pregunta
que le hacía un periodista acerca de la muerte, la cual generó en mí, sentimientos encontrados pero clarificadores.
Decía el maestro que, ante la muerte, el ser humano debe
sentir una gran curiosidad y una profunda tristeza.
Sentimiento de
curiosidad, porque por fin y de manera personal, se verá revelado el gran
misterio y sentimiento de tristeza no por Florencia, el Paternón o París, sino
por el calor en el colectivo de ñas doce, la estrechez de los zapatos, el
saludo mañanero del amigo.
Desde ese día vivo
con un gran curiosidad y una profunda tristeza.
Por eso, casi siempre que muere alguien, caigo en cuenta, que
tiene una ventaja sobre mí: al haber cruzado el umbral, sabe algo que yo no; y
si ese alguien fue de alguna manera cercano a mí, me inquieta lo profundo que
es el océano que nos separa, el cual, no podemos franquear para contarnos eso
que produce a mí, una gran curiosidad y
a él una profunda tristeza.
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