martes, noviembre 28, 2017

fragmento poema de amor de Íbico

En primavera los membrillos,
regados por las aguas de los ríos,
en el jardín inmaculado de las Vírgenes,
y las flores crecientes bajo la sombra de los pámpanos
se llenan de vigor. Pero el amor a mí
en ninguna estación me da reposo.
Como el tracio Bóreas,
inflamado por el rayo,
enviado de Afrodita,
entre delirios abrasadores,
oscuro e impasible, por la fuerza,
arranca de raíz mi corazón.



Este poema fue compuesto por Íbico —nacido en Regio, al sur de Italia— en el siglo VI a. C.  Si los antiguos poetas griegos prestaron especial atención al amor como fuerza destructiva —enfermedad, guerra, fuego—, Íbico lo hizo en forma destacada.
El texto comienza con una alusión a la primavera, tiempo propicio al amor en todas las tradiciones líricas antiguas, desde China hasta Egipto. Se mencionan elementos típicamente vinculados a ella: flores, frutos, ríos, un jardín. Agua y universo vegetal, conectados con el amor a través de la idea de fertilidad: la primavera trae la vida, hace que fructifique la tierra; el amor trae la vida, hace que fructifique la mujer. Las Vírgenes del tercer verso parecen ser las Hespérides, ninfas encargadas de custodiar el jardín donde crecían las manzanas de oro. Todo es vida exuberante en las cinco primeras líneas del poema.

Pero la atmósfera paradisíaca se rompe pronto: el amor no da reposo a Íbico en ninguna estación del año; ni siquiera en invierno, cuando sopla el Bóreas, viento del Norte. Lo envía Afrodita, la diosa del amor; abrasa, enloquece, arranca las entrañas del poeta. Aquí veo una cierta ruptura con la tradición, que me parece la clave del texto. El tema del amor en primavera es, como hemos dicho, tópico. Pues bien, Íbico da un giro y asocia el amor al invierno; se aparta de las flores y los ríos y la atmósfera idílica y nos habla de un poder oscuro y destructor. La ruptura es doble: nos está diciendo que el amor no solo le somete, como a todo el mundo, en primavera, sino siempre, y que no se trata de un sentimiento plácido y vivificante, sino destructivo. Lo desvincula de la fertilidad y lo asocia a la devastación.

                                                                     Eduardo Gris

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